jueves, 8 de marzo de 2012

Curiosos descubrimientos culinarios

Dándome una vuelta por una de las calles principales de Incheon di de bruces con un puesto humeante de comida de una coreana que me gritaba algo que no entendía. La mujer, sonriente, me hizo gestos invitándome a acercarme. Decido hacerle caso, pero realmente podría haber desconfiado de ella. Podría haberme gritado por tirar la manzana en el contenedor que no debía o por haber cruzado en mitad de la vía cuando realmente no me tocaba. Los coreanos son así de estrictos. O respetas las reglas o te caerá una regañina sea donde sea. Simple, sencillo y conciso. Pero, afortunadamente, no fue el caso. Cuando me acerqué me enseñó una serie de bolitas que parecían en un principio pelotas de béisbol tostadas. Luego escruté un poco más lo que había encima de aquella plancha carbonizada y parecían, esta vez, bolas de nueces. Mientras hacía mis averiguaciones mentales, la buena señora me seguía intentando explicar qué es lo que veía. Es una pena que no entienda el idioma, pero intuyo que me estaba diciendo qué era y que estaba muy bueno (eso último creo que lo decía porque puso el pulgar hacia arriba mientras me sonreía radiantemente). Por suerte tengo un mínimo de conocimientos de coreano y le pregunto a ella que qué es eso. Me dice un nombre. Mi cara de perplejo sigue siendo la misma. Me repite otra vez la palabra, pero esta vez más seria. Mi rostro no cambia. El suyo tampoco. Entonces es cuando llego a la siguiente conclusión. Creo que voy a empezar a hacer un listening diario en coreano porque no las pillo ni al vuelo.

El caso es que, ya que estoy allí, ¿por qué no probarlo? Yo sonrío y acepto. Ella sonríe también. Me da una pedazo de bolsa bien calentita de bolas de esas como la de la foto:



Me alejo un poco del puesto de forma precavida. No me mal interpretéis. No lo hice con mala intención, pero tengo la fortuna de conocer un poco mis exigentes gustos culinarios y cualquier plato nuevo supone una dura pero motivante prueba. Y sólo basta que con mi reacción se ofendiese la buena mujer después de explicarme una y otra vez cuanto dinero le tenía que pagar (curiosamente ahí sí puso más insistencia). Cuando ya estoy a unos respetuosos 10 metros decido hacer la prueba de fuego con la impresión de que me voy a romper los dientes y... ¿¿¿qué??? Descubro que está blando y que sabe a... a... me recuerda a los pastelitos que se llaman Cabello de Ángel o algo así. Pero es que lo más curioso de todo es que está salado y dulce. Sí, salado y dulce. Y veo que mis papilas las... ¿aceptan? Eso parece. Y está bueno, muy bueno. Y descubro otra cualidad: están empalagosos a más no poder. Intuyo que eso y cualquier libro del Moccia debe de ser lo mismo. Sigo disfrutando del atardecer por las calles de Incheon. Una pena que el frío va calando en la bolsa y, con ella, mis manos. Consciente de que el tiempo corre en mi contra aprovecho lo que puedo, pero irremediablemente esas bolitas se van endureciendo hasta que al final se vuelven inmasticables. Una pena no poder acabármelo. Pues, hala, a la basura. Miro de reojo alrededor mía. Nadie me mira raro. Parece que esta vez he acertado con el contenedor. Bien. Me vuelvo doblemente satisfecho. He acertado con la papelera y he descubierto unos dulces bastantes buenos. Se repetirá la experiencia. Y a la próxima preguntaré todas las veces que haga falta para saber cómo se llaman estos dulces. Palabra.

1 comentario:

  1. Por el dibujo de la bolsa sí que parecen nueces, pero la bola se asemeja a un gofre redondo. Sea como fuere, hay que tener valor para comer algo así sin saber qué es... Pero el resultado parece haber sido satisfactorio.

    ResponderEliminar